Interes General

Homo Espacial

UNO Luego de un largo tiempo ocupado por cuestiones más bien terrenales, Rodríguez desempolva las estrellas de carpeta en la que suele archivar asuntos cósmicos. El motivo para volver allí ha sido el recién ahora (¡error! ¡horror!) saber del fallecimiento en febrero de Douglas Trumbull: efectista muy especial responsable de todas esas visiones futuristas pero hoy ya fechadas en el pasado de 2001: A Space Odyssey y Close Encounters of the Third Kindy Blade Runner. Y Rodríguez se enteró de ello hace horas, con la noticia de la muerte de Colin Cantwell (diseñador de maquetas de Star Wars), y mientras veía la simpática serie/continuación El hombre que cayó a la Tierra (no: no se ocupa del retorno del más bien marino y naufragado pero siempre a flote y nunca ahogado Rey Emérito a España sino que es la continuación de aquella película con David Bowie dirigida por Nicolas Roeg y basada en una muy buena novela del raro y polimorfo temático Walter Tevis, de nuevo de moda gracias a su netflixiada Gambito de Dama). Añade a lo anterior la noticia de que –según últimos hallazgos astrofísicos– el «ahora mismo» no existe en el universo y que se estarían viviendo diferentes «épocas» en diferentes partes del mismo. O algo así. Y que, ah, eso de la posibilidad de metaversos nuestros (en alguno de ellos, seguro, Chanel quedó primera o segunda en Eurovisión) implica, también, la posibilidad muy Dr. Strange de que nosotros no seamos más que el metaverso de otros. Es decir: tal vez la Tierra resulte ser ese terrorífico parque de (des)atracciones al que vienen a pasar un rato y experimentar emociones fuertes los habitantes de una dimensión alternativa en la que todo funciona perfectamente y en la que la humanidad no está angustiada sino, apenas, felizmente aburrida.

DOS Y Rodríguez suma a la antimateria de su carpeta todo lo nuevo acerca del tan dado a poner cosas en órbitas pero desorbitado Elon Musk. Musk –se sabe también– pertenece a esa nueva especie de magnate que, habiendo conquistado ya la Tierra, sueñan ahora con la turística conquista del espacio sin ley, el nuevo Far Far Far West, mientras con el dinero que les sigue sobrando financian investigaciones diversas que les permitan alcanzar la inmortalidad y todo eso y, tal vez, comprarse Twitter. (Zuckerberg, androide ahora en horas bajas, cambiando de marca y con problemas varios en el entramado de sus tramoyas big data, ha optado por la conquista del infantil espacio interior como fuga hacia delante). Ellos –Musk, Jeff Bezos y su cohete fálico con nonagenario William «Capitán Kirk» Shatner a bordo y Richard Branson y su avión que vuela alto– parecen ser la natural pero tanto menos interesante descendencia de aquellos magnates mesiánicos de Jules Verne. Rodríguez los sintoniza día sí y día no reportando nuevas hazañas y creciente riqueza y sí: no son tan interesantes ni grandiosos, pero está claro que viven menos angustiados que Nemo & Robur & Co.

TRES Como desde hace tanto, ya plenamente convencido de que no hay ya sitio para el sálvese quien pueda y que sólo queda la difusa esperanza de un ojalá pueda salvarnos alguien, Rodríguez se dedicó a la relectura de la sección alien de lo suyo. Así (evocando sus primeros y adolescentes entusiasmos adolescentes cortesía de Erich Von Däniken y Charles Berlitz) volvió a pasar las páginas con nostalgia futurista. Y –mientras de nuevo se volvía sobre el asunto en comisiones capitolianas– se hizo unas horas para ver esa serie documental sobre el asunto ovnis producida por J. J. «Lost» Abrams. Allí, Rodríguez (entre entrevistas surtidas a partir de esa suerte de admisión de la pentagonal existencia de una Aerial Phenomena Task Force certificando la imposibilidad de explicar un puño de avistamientos entre alucinaciones a patadas) se enteró de alguna hipótesis interesante y novedosa sobre la cuestión. Pero ya se la olvidó. También conoció a otro tycoon cósmico con menos prensa que Bezzos & Branson & Musk pero mucho más interesante: un tal Robert Bigelow. Alguien desde hace ya muchos años dedicado a la investigación de cuestiones espaciales y paranormales incluyendo cambiantes/cambiaformas de todos los colores y hombrecitos viejos y verdes que se dedican a abducir jóvenes incautos y someterles a todo tipo de exploración anal en el nombre de la ciencia y no de la fe, para variar.

CUATRO Y (en otras páginas ya pasadas pero nunca del todo resueltas; a Rodríguez le causa un cierto mareo volver sobre el pasado de lo que se entiende como futuro esclarecimiento) las nuevas hipótesis acerca del hipotético objeto interestelar-artificial acaso inspirado en el Rama de Arthur C. Clarke pero con el casi folk nombre de Oumuamua. Lo de la «puerta» en Marte. Lo del Galileo Project a la caza de tecnología importada que pruebe la existencia de civilizaciones extraterrestres (a las que siempre se desea lo más antropomórfica y emocionalmente humanas que se pueda). Lo del espectral planeta Poltergeist y lo de la fantasmagórica isla Jeanette en la Rusia ártica siempre velada en fotos satelitales. Lo de toda esa gente que vio Don’t Look Now y lo de los siempre reportados posibles meteoros estrellándose contra la Tierra (y ahora a esperar la tercera temporada de Space Force). Lo del diseñador holandés Daan Roosegaarde y su proyecto itinerante Seeing Stars abogando por poner límite a la contaminación lumínica ciudadana mediante «apagones controlados» para poder volver a leer constelaciones. Lo del vehículo chino Yutu 2 detectando en la superficie de la Luna (¿hueca?) una misteriosa figura cúbica en movimiento. Lo del colosal agujero negro Sagittarius A* (cantado por Arcade Fire en su WE). Lo de todo lo que alanzará a mirar para hacernos ver sin entender del todo el flamante mega-telescopio espacial James Webb apuntando hacia Alpha Centauri en busca de un nuevo posible hogar en estrellas muy lejanas. Lo de la lenta agonía del universo todoiluminada ya hace un cuarto de siglo por los despachos enviados por el Hubble. Un galacticidio, sí, de fecha distante pero cada vez más cercana. La única certeza al respecto es que Rodríguez no estará allí para la caída del último telón del Big Pfff (aunque sí puede acompañar ya su lentísimo descenso mirando hacia arriba cualquiera de estas noches de una primavera sahariana). Aunque sí está aquí experimentando fiebres y calentamientos y virus y viruelas y guerras sin tregua en un planeta donde cada vez hay menos espacio. Y así, al final de su archivo, lo que en verdad fueron sus primeras incorporaciones: por primera vez de cuerpo entero, tomadas por ya casi prehistóricos astronautas, aquellas fotos tan azules y límpidas de la Tierra. Vistas que ya no son; porque ahora aparecen como veladas por (sin contar miles de satélites en funcionamiento) unas 20,000 deshechos sumando pedazos rotos y piezas sueltas de origen humano que alguna vez serán consideradas por culturas remotas como rastros perdidos de una vida e.t. (ex-terrestre). Despojos seres que ya no son sino que fueron (mientras no cesaban de leer novelas del subgénero emigrante astral generation-spaceship). Organismos supuestamente inteligentes que salieron, quedándose aquí, al encuentro de su propia muerte sin retorno ni resultado y con su (de)mente canturreando que su mindis going para ya no volver.

Mientras tanto y hasta entonces, hoy, todo parece indicarlo, en la Tierra estamos cada vez más solos.

fuente: PAGINA12

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